09 marzo, 2008

Hermes Binner en el 2° Congreso Ordinario del PS

Ayer se llevó a cabo en la ciudad de Buenos Aires el Segundo Congreso Ordinario del Partido Socialista. Entre otros dirigentes del partido estuvo presente el gobernador de Santa Fe Hermes Binner.


Este es el documento que se aprobó ayer en el congreso partidario:
1-Acerca de la situación nacional

Para entender la compleja realidad de nuestro país debemos tender una mirada hacia nuestro pasado reciente signado por las crisis y los golpes de estado recurrentes. Cada ruptura del orden institucional, producida desde 1930 hasta 1976, significó un retroceso cada vez más profundo para el país y para la vida de los argentinos.
El golpe de 1976 inició una etapa en la cual el terror de estado y la represión fue el elemento esencial, pero no excluyente, para dar comienzo a una profunda reestructuración de la sociedad civil, del Estado y de su relación con el mercado. Al amparo de estos golpes de estado se impusieron planes de ajustes económicos que hicieron retroceder la participación de los trabajadores y de los sectores medios en la distribución de la renta nacional. Esta fue la verdadera naturaleza de los golpes de estado en nuestro país: se ejecutaron para imponer un capitalismo salvaje en beneficio de una minoría.
Con el advenimiento de la democracia en 1983 iniciamos una etapa de transición democrática muy difícil porque emergíamos de la última dictadura sin tener conciencia de la dimensión y profundidad de la crisis y creyendo que el simple imperio del estado de derecho iba a reordenar el panorama económico y social del país.
Los socialistas caracterizamos la crisis como económica, social, política y moral, crisis de un modelo de país construido de arriba hacia abajo jerarquizando los intereses económicos de grupos minoritarios al margen de toda forma de participación ciudadana y de la defensa de los intereses nacionales.
En 1989 el estado de nuestra economía era incontrolable, los partidos mayoritarios carecían de propuestas para salir de la crisis, en tanto la ciudadanía perdía credibilidad en las instituciones de la democracia. En ese año, la Argentina de la mano del menemismo y siguiendo las recetas del Fondo Monetario Internacional inició una reforma del Estado cuyo único objetivo fue la privatización de las empresas públicas y la aplicación de una política económica que generó la deuda externa más grande de la historia del país.
Estas políticas neoliberales al provocar la destrucción del aparato productivo, la desregulación, la expansión del desempleo y la regresión en los ingresos de los trabajadores, nos precipitaron a un verdadero colapso de la situación social en nuestro país, llegando a fines de 2001 con prácticamente el 50% de nuestra población por debajo de la línea de pobreza.
Como bien la expresara nuestro querido compañero Guillermo Estévez Boero:”....si la década del 30 mereció la denominación de década infame, la del 90 fue la década de la degradación nacional en la que se adoptó un modelo que jerarquizó el mercado sobre el bien común produciendo un inequitativo reparto de la renta nacional, esta vez sin necesidad de recurrir a un golpe de estado”.
La inequidad creciente y la marginación pasaron a ser el rasgo dominante de la realidad social. La ruptura del contrato social trajo aparejada una crisis de representación política donde las instituciones que se suponían portadoras de intereses colectivos al no poder dar respuestas a las demandas sociales pierden credibilidad, debilitando la legitimidad del sistema democrático.
En el 2001, a diferencia de otros períodos, la crisis institucional se pudo superar en el marco de la democracia parlamentaria a pesar del profundo clima antipolítico y de las promesas incumplidas de nuestra democracia.
Hoy llevamos un cuarto de siglo desde la recuperación democrática en 1983 y los efectos de la crisis y sus degradantes consecuencias siguen aún vigentes entre nosotros.
Las políticas implementadas por el gobierno se caracterizan por haber logrado un elevado y sostenido crecimiento económico a la par que se mantiene la inequidad en términos sociales.
La inflación recorre nuevamente la realidad de las economías familiares devaluando los salarios y afectando fundamentalmente a la clase pasiva y a los trabajadores en negro, que no tienen acceso a los convenios colectivos de trabajo.
Si pensamos en una sociedad más justa, con la expansión del trabajo y de la educación como formas genuinas de inclusión social, debemos hablar de la redistribución del ingreso. Este es un desafío no sólo para el gobierno, sino para todos los argentinos y debe ser planteado como un proyecto colectivo en el que la recuperación de la capacidad del Estado para generar políticas públicas resulta imprescindible.
También hay una ausencia de reformas que mejoren la calidad de nuestras instituciones republicanas. Un parlamento subordinado al poder ejecutivo y el deterioro del federalismo frente al poder central son posiblemente dos caras de una misma moneda.
El sistema presidencialista existente en nuestro país es generador de concentración del poder en un Presidente, circunstancia que se ve acentuada cuando cuenta con un Parlamento donde las grandes decisiones pueden ser tomadas en forma casi exclusiva por el partido de gobierno, sin generar mecanismos institucionales superadores basados en el consenso.
Las transformaciones profundas que exige nuestra realidad, especialmente en la búsqueda de la igualdad, y en la necesidad de consolidar el sistema democrático, ubican a la concertación económica y social como elemento fundamental de la construcción política. Debemos lograr espacios que generen un acercamiento entre lo político y lo social, creando ámbitos de consenso respecto de las grandes políticas de estado y mejorando la credibilidad de la ciudadanía en la política.
En un país con serias dificultades para generar una alternativa de cambio, los resultados electorales del 2007 en Santa Fe, han colocado al socialismo en la esperanza de protagonizar un cambio para la provincia como ya lo viene haciendo en la ciudad de Rosario desde hace 18 años.

2. El socialismo en el gobierno

En los últimos años se ha vuelto casi en un lugar común afirmar que Rosario es una ciudad distinta, tanto en el contexto provincial como nacional. Esta cualidad distintiva de nuestra ciudad es, en gran parte, resultado de políticas diferentes sostenidas en el tiempo, a lo largo de más de 15 años de gobierno socialista. Políticas que se acercan a lo cotidiano, porque sin cercanía no hay afecto; y a la vez tienen la distancia de la imaginación, porque sin imaginación no hay cambio.

Rosario tiene, como todas las ciudades latinoamericanas, problemas de pobreza y desigualdad. Sabemos que las políticas públicas locales, sociales o urbanas, son insuficientes para terminar con la desigualdad, cuyas causas profundas remiten al modelo económico. Sin embargo, desde la experiencia de Rosario se pudo revertir viejas prácticas de personalismo y clientelismo y avanzar hacia una perspectiva de derechos.

La década del 90 reveló un descompromiso del Estado Nacional, que se retira sobre todo de la intervención social. Las políticas de ajuste estructural desmantelaron las instituciones de bienestar del Estado Nacional y obligaron a los municipios a hacerse cargo de las protecciones sociales, con los límites derivados de su falta de autonomía y de recursos presupuestarios. En ese marco, el gobierno socialista de Rosario, lejos de achicar el Estado lo fortaleció, a través de una planificación estratégica que promovió importantes transformaciones socioculturales, descentralización y proximidad del Estado local, participación de todos los sectores sociales y potenciación de las capacidades de la comunidad.

Desde la experiencia de Rosario entendimos que no puede haber nuevos contenidos sin imaginar formas nuevas. La innovación implica un fuerte ejercicio de imaginación y de coraje para atreverse a cambiar viejos paradigmas; implica además una construcción desde abajo, un cambio cultural asentado en valores. No hay buen gobierno posible sin compromiso social.

Por eso el camino lo abrió el modelo de salud, solidario y participativo, con el compromiso de acceso universal a la salud pública, bien escaso en aquellos años de privatización del bienestar. Y pensar la ciudad a la medida de los niños, porque lo que pensemos y hagamos por los niños y los jóvenes habla de quiénes somos y lo que esperamos como sociedad.

El proceso de descentralización y modernización del Estado municipal permitió marcar una tendencia: Rosario una sola ciudad, haciendo más eficaz la gestión para dar solución a los problemas comunitarios mediante un acercamiento del ciudadano al Estado. Implicó también un cambio de cultura que se extendió a toda la estructura municipal y a los vecinos y vecinas de la ciudad.

La descentralización es, además, un escenario indispensable para promover la participación. La experiencia realizada demuestra que siempre es positivo abrir espacios, transmitir a la gente que puede decidir, y no sólo escuchar o levantar la mano, recuperar la confianza. Como socialistas tenemos la obligación de impulsar procesos de participación, abrir espacios, invitar a la gente a compartir un esfuerzo social y solidario. La participación bien entendida distribuye poder, no anárquicamente ni de cualquier forma, sino con reglas claras. Así lo demuestra la experiencia de Presupuesto Participativo en Rosario, que no sólo permite que las políticas del gobierno incorporen las prioridades marcadas por los propios vecinos, sino –y aun más importante– marca un antes y un después en la conciencia de la ciudadanía que luego se transmite al tejido social e institucional.

Con Rosario también hemos aprendido que los espacios públicos tienen un carácter universal e igualador. La emblemática acción de recuperación del espacio público junto al río o los edificios de los Centros Municipales de Distrito, hacen palpable la idea de que todos los ciudadanos, aun los más humildes, tienen derecho a la belleza y armonía de esos espacios comunes. El uso del espacio público es educativo, nos permite aceptar obligaciones y compromisos y practicar “el arte de vivir juntos unos con otros”

La cooperación social y la integración entre la ciudadanía con el objetivo de la inclusión social han constituido el eje de políticas verdaderamente trasformadoras, tales como el Rosario Hábitat o la experiencia innovadora de la agricultura urbana. Estas son políticas que apuntan a promover las mejores capacidades de las personas, a recuperar su dignidad a través del trabajo y la mejora de las condiciones de vida, y no a través de dádivas que refuerzan la exclusión y la vulnerabilidad.

Todo esto hicimos desde la gestión socialista de una de las ciudades más importantes de la Argentina y hoy tenemos la oportunidad de hacerlo en la provincia de Santa Fe. La planificación estratégica, la descentralización y la participación son los instrumentos claves del gobierno progresista de la provincia de Santa Fe, que harán protagonistas a los vecinos de nuestras ciudades y pueblos.

2.1 Un proyecto socialista para reformular el Estado y la sociedad

En la definición de un horizonte progresista para orientar el desarrollo de la sociedad, partimos de dos premisas fundamentales: un mayor bienestar para la sociedad y un mejor Estado para todos.

Estrechamente asociado al paradigma del Estado Benefactor, el imperativo del bienestar social ordenó el desarrollo del capitalismo en la segunda posguerra dando sustento a uno de los círculos virtuosos más notables de la economía capitalista. En ese registro, ponemos el acento en el concepto de Sociedad de Bienestar. Los socialistas jerarquizamos el valor de lo público, la participación ciudadana y el rol de las iniciativas sociales, tratando de contrarrestar tanto el paternalismo estatal, que acompañó al desarrollo de los Estados Sociales en nuestra región, como el reino del mercado de los años noventa.

A diferencia de la sociedad en la que vivimos, donde la exclusión social aparece como un rasgo estructural, una sociedad de bienestar encuentra su principal fundamento de legitimidad en su capacidad inclusiva, en la defensa de la igualdad y de la solidaridad.

La política socialista de gobierno está dirigida a mejorar el Estado, a volverlo más eficiente, en sus dos dimensiones: institucional y cívica. En su dimensión institucional hablamos del Estado de derecho, del respeto a la ley, de la garantía de los derechos fundamentales, del acceso de todos a la justicia, del respeto a la división de poderes. En su dimensión cívica hablamos de una relación de pertenencia, el Estado como unidad de representación, de un Estado en el cual los ciudadanos se reconozcan y se respeten los derechos individuales.

El Estado que necesitamos debe ser un buen reflejo de la pluralidad y heterogeneidad de nuestra sociedad. Hay que superar el temor a la diversidad que caracteriza a la actual institucionalidad: lo heterogéneo, lo diverso, lo plural, no es un defecto, por el contrario ha sido y es uno de los mejores rasgos de la cultura argentina. Es hora que el sistema político y las instituciones estatales acepten esta realidad de nuestra sociedad y no la contradigan desde el temor.

El nuevo trato que proponemos los socialistas necesita de un formato estatal permeable a la sociedad civil. La descentralización estatal y la jerarquización de la esfera de lo público no estatal, permitirán responder positivamente a la actual crisis de la democracia representativa, avanzando en la construcción de una democracia participativa de calidad.

3. El socialismo del siglo XXI

Si reconocemos que los partidos son hoy imprescindibles para mejorar el sistema democrático, es necesario decir enseguida que sólo seremos fieles a nuestro tiempo en la medida que actualicemos nuestro pensamiento y nuestras prácticas para interpretar correctamente los cambios profundos de la sociedad actual. En consecuencia resulta imprescindible que nuestro partido se ordene a partir de una organización que de cuenta de la multiplicidad y diversidad de la sociedad y permita integrar esa diversidad en una unidad a partir de una fuerte institucionalidad democrática. Esta institucionalidad democrática debe tener la fortaleza suficiente para permitir el procesamiento de los conflictos que han de acompañar a una representación múltiple de la heterogeneidad social, y construir así a partir de decisiones partidarias consensuadas una cultura política de la organización que nos permita superar definitivamente el sino histórico de la ruptura y la fragmentación.

La historia de nuestro partido está marcada por estas rupturas que empobrecieron en todo sentido a la organización. Antes, las diferencias conducían al fraccionamiento y la ruptura. Hoy, aprendiendo de nuestra historia, el partido debe expresar su vocación democrática en sus reglas de funcionamiento interno; reglas que al procesar las diferencias las contenga y las interprete como parte del colectivo partidario.

Tal vez lo más grave de esta historia de fraccionamiento y rupturas es la pérdida de referencia a la que dio lugar entre la tradición del pensamiento socialista, libertario y solidario, y los sectores populares de nuestro país que buscaron en otras fuerzas su proyección política. Hoy es necesario reconstruir un pensamiento, una representación socialista de la Argentina y en especial del futuro del país, que sea capaz de convocar a esos sectores sociales e involucrarlos en un proyecto de construcción de una sociedad basada en la libertad, la justicia y la solidaridad.

Esta historia de desencuentros ha comenzado a cambiar hace unos años y hoy estamos en una situación diferente. La reunificación de las fuerzas partidarias ha generado una nueva situación en la esfera nacional, y nuestra práctica política ha encontrado, a partir de la experiencia de gobierno en la ciudad de Rosario primero y hoy en la provincia de Santa Fe, una posibilidad prácticamente inédita en nuestra historia.

Para fortalecer el partido, las y los socialistas contamos con toda una tradición nacional e internacional a la que recurrir. Tanto en el terreno de las ideas como en el plano organizacional hay ahí sobrados antecedentes. Tenemos mucho para aprender de los partidos socialistas hermanos de Europa y de los países vecinos de América Latina, a la hora de pensar en la organización partidaria, la estructura de cuadros internos, la formación política de la militancia, las modalidades de interpelación a la sociedad, etc.

En última instancia, se trata de dar cuenta de un interrogante que para todos nosotros tiene un significado especial: ¿qué significa hoy, en la Argentina del 2008, ser socialista? Un interrogante permanente sobre la identidad, que atraviesa a toda organización política, y que es tarea prioritaria de la organización partidaria canalizar y potenciar a fin de repensarnos a nosotros mismos y revisar el lugar que ocupamos en la sociedad.

La respuesta a esta pregunta por la identidad debe comenzar a elaborarse como una tarea colectiva capaz de movilizar a la organización. Aquí sólo enumeraremos algunos componentes que no deberían faltar en la respuesta al interrogante planteado. La mayoría de ellos, remite a la tradición socialista que hay que convocar para reafirmar la identidad; otros se desprenden de mirar con atención experiencias similares de países vecinos como Chile y Uruguay.

Un primer componente para responder a la pregunta por la identidad socialista hoy, es la institucionalización partidaria. Desde su origen en la Argentina de fines del siglo XIX, el socialismo se caracterizó por ser una organización con una elaborada institucionalidad. Una organización que, más allá de los liderazgos personales, obedece a reglas que regulan su actividad. Esa institucionalidad debe garantizar hoy los procedimientos democráticos en la toma de decisiones, a fin de alcanzar los consensos necesarios para no resentir la diversidad interna. Es decir, la institucionalidad partidaria va de la mano con el funcionamiento de una eficiente democracia interna, que ponga a la organización en sintonía con lo que como socialistas demandamos a la sociedad en su conjunto.

Un segundo punto a tener en cuenta, es el contenido programático del partido. Esto es, el socialismo fue y debe ser una organización que recorta su identidad partidaria en el horizonte político argentino a partir de un programa de ideas que presenta a la sociedad como propuesta para transformar la realidad. Un partido programático. A su vez, este Programa que el partido presenta a la sociedad se inscribe en un mundo de ideas, más vasto y complejo, que se nutre de la tradición socialista universal, y en el que se socializan los cuadros partidarios apuntalando la identidad colectiva de sus integrantes.

Un tercer componente partidario es que el socialismo es y debe ser el partido de la ética y la honestidad. Históricamente así fue identificado el socialismo en la Argentina y la experiencia gubernamental en Rosario en estos años viene a renovar y confirmar esta imagen partidaria en la sociedad.

Un cuarto elemento es que la búsqueda de respuestas para desentrañar y conocer las causas de los problemas argentinos y abordarlos correctamente, nos llevo a los socialistas a jerarquizar el estudio y la militancia ya que el futuro se construye con trabajo pero también con conocimiento. Nuestra practica como militantes se sintetiza en la trilogía “Estudiar, Organizar, Difundir”. Así fuimos creciendo todos estos años.

Un quinto componente es que el socialismo es el partido del cambio social. Esto es, el socialismo se ha presentado en la historia como el abanderado de una transformación de la sociedad a favor de los trabajadores y de los sectores medios. Para este cambio es imprescindible contar con un Estado eficiente, exigente consigo mismo, capaz de ponerle límites al mercado para orientar el desarrollo económico en beneficio del conjunto de la sociedad, eliminando la exclusión social y promoviendo una sociedad más igualitaria. El socialismo de hoy es conciliable con una economía de mercado, pero no puede aceptar la sociedad de mercado que propone el neo-liberalismo.

Un sexto elemento que define nuestra identidad, es que el socialismo es y debe ser el partido de la libertad. Dicho de otra forma, su principal bandera pasa por la construcción de una sociedad justa, capaz de conciliar los principios de inclusión social, igualdad y solidaridad, con la libertad en el sentido más amplio y múltiple que tiene hoy el concepto,

Una última cuestión que destacamos como parte constitutiva del socialismo de hoy, es la necesidad de afirmar una identidad partidaria que se presente como una alternativa a la sociedad. Para ello es necesario superar las tendencias a lo meramente testimonial y construir una organización que aun en la hora de la oposición se presente a la sociedad como una alternativa de gobierno.

Estos componentes son sólo una parte de la identidad socialista que es necesario repensar hoy. A ellos debemos sumarle un componente deseable para el socialismo de hoy, pensando en las formas de gobernar esta sociedad compleja y, en consecuencia, en la necesidad de ir más allá de las fronteras partidarias para construir estructuras coaligadas con otras fuerzas partidarias.


4.Partido y coalición de gobierno

Hoy el socialismo tiene la oportunidad histórica de gobernar la provincia de Santa Fe. Esa práctica gubernamental se da en el marco de una coalición: el Frente Progresista Cívico y Social. Es esta práctica la que nos confirma una doble necesidad organizacional: la de fortalecer el Partido Socialista y, a la vez, la coalición de gobierno en la que nuestro partido cumple un rol central. Dicho de otra manera, el partido es fundamental pero para gobernar debe promover estructuras institucionales más amplias y complejas que permita sumar fuerzas políticas afines a partir de un programa consensuado de gobierno.

Las experiencias de vividas en países vecinos, con la Coalición que reúne en Chile a Socialistas y Demócratas Cristianos, y el Frente amplio que en Uruguay suma fuerzas aún más diversas del campo progresista, son experiencias que debemos tener en cuenta sobre todo para pensar en la institucionalidad necesaria de nuestra coalición, que en el territorio provincial santafesino es hoy el Frente Progresista Cívico y Social que integra a nuestro partido con el radicalismo, el ARI, la democracia progresista, encuentro popular, organizaciones sociales y sectores provenientes del justicialismo.

La todavía breve experiencia en el gobierno santafesino reafirma la convicción previa que guió la construcción del Frente Progresista, y que consideraba esa construcción política como algo clave, prioritario y decisivo, para la campaña y para gobernar luego. Es decir, la construcción frentista no debe ser algo coyuntural ni agotarse en una mera estrategia electoral; por el contrario se trata de un principio del accionar del Partido Socialista. El Frente, a su vez, a medida que logra sus fines, debe fomentar el fortalecimiento de los partidos que lo integran. Por ello es necesario dotarlo de recursos institucionales que ordenen su funcionamiento y que sea cada vez más democrático en su accionar.

Para una organización partidaria la organización política define un nosotros a partir de elementos de identidad común sostenidos en principios, ideas, creencias, etc. La construcción de un Frente en cambio, no se sostiene en la cuestión identitaria, sino más bien en la coincidencia en torno a una propuesta de gobierno.

En Santa Fe, el Frente Progresista es un instrumento colectivo construido por los santafesinos y las santafesinas para hacer posible la transformación de nuestra provincia. En la definición de principios del Programa presentado a la sociedad, se sostiene que quienes participan de esta experiencia sustentan una concepción pluralista de la democracia y del diálogo cívico, en cuyo marco se pueden procesar los conflictos. Aspiran a una sociedad de un mayor contenido humano, más solidaria, más justa. Una sociedad que trabaje por la igualdad reconociendo las diferencias y la diversidad, y reafirmando la prioridad de los derechos humanos que demanda nuestra historia.


El carácter progresista del Frente implica el compromiso de cambiar la sociedad, rechazando el pensamiento conservador que define la política como conciliación de los intereses tal cual existen, y proponiendo en cambio reformular esos intereses existentes y reorientarlos en función de un proyecto de mejora de la sociedad.

El Frente Progresista, asimismo, puede ser un marco para desarrollar otras expresiones políticas más allá de los partidos. Al estilo del Diálogo Argentino, con una metodología que facilite pensar la Argentina en su complejidad, para lo cual es necesario hacer una convocatoria amplia a la sociedad civil.

5. Epílogo: recuperando la política

Estamos convencidos de la necesidad de consolidar el desarrollo del nuestra organización partidaria, en tanto el socialismo tiene aún mucho por decir a la sociedad argentina. A su vez, el partido puede y debe ocupar un lugar central en el proceso de construcción y afianzamiento de instrumentos más amplios de organización política, que reúnan a fuerzas aliadas en torno a una propuesta de gobierno en un Frente político al que es necesario dotar de institucionalidad para optimizar las posibilidades de gobernar.

Desde esos dos lugares institucionales, Partido y Frente Progresista, el socialismo puede proponer a la sociedad en su conjunto un proyecto sugestivo de vida en sociedad basado en el respeto. Una sociedad basada en el respeto no es poca cosa: implica por ejemplo un piso mínimo de igualdad, de respeto a los derechos, la salud, la educación, la vivienda y el trabajo que nos permita pasar de la categoría de habitantes a ciudadanos.

Las y los socialistas sabemos que el deterioro del Estado, de la política y de los partidos que hemos sufrido en los últimos años, favorece a los sectores más concentrados de la economía, que a su arbitrio pueden tomar decisiones que afectan a toda la sociedad. Precisamente por esto estamos convencidos que es imprescindible recuperar para la política la dignidad perdida en estos últimos años.

Que la política recupere de la mano del fortalecimiento del Estado la capacidad para ponerle límites al interés particular del capital, es de por sí importante. Pero más aún, si pensamos en los aspectos más profundos de la crisis de nuestra sociedad contemporánea, la política puede ser un instrumento formidable: puede ser el lazo laico que reúna las partes de esta sociedad fragmentada devolviéndole sentido a la sociedad como un emprendimiento colectivo.

Recuperar para la política ese lugar central en la sociedad es una tarea vital que los socialistas debemos asumir como propia. En ese camino debemos reafirmar ante la sociedad argentina el compromiso asumido por los socialistas santafesinos con la sociedad santafesina, como integrantes del Frente Progresista. Un compromiso que se reconoce en tres demandas éticas que encauzan y definen el sentido del pensamiento progresista en la Argentina de hoy: la ética del cambio, que impulse la transformación de nuestra sociedad; la ética del diálogo, que promueva la participación pluralista y la construcción de consensos para la toma de decisiones; y la ética de la legalidad, con el sometimiento a la ley como fuente de legitimidad y a fin de erradicar la arbitrariedad del poder.

Buenos Aires, 8 de marzo de 2008

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